Thursday, February 16, 2017

Saqueo, furia y destrucción en Achacachi


Una violencia fratricida se desató en la mítica población de Achacachi por segundo día consecutivo. Este municipio rural, ubicado a 93 kilómetros al noroeste de La Paz, fue escenario de enfrentamientos entre los vecinos del pueblo y de las comunidades que lo circundan. Durante las dos jornadas de furia una docena de heridos fueron atendidos en el hospital local, cuatro casas fueron destruidas y dos vehículos fueron quemados.


Una demanda de rendición de cuentas desde el jueves de la semana pasada derivó en estas dos jornadas de violencia, en la que los policías y militares acantonados en Achacachi se hicieron a un lado, mientras los campesinos y vecinos se atacaban mutuamente.


El martes, se produjeron nueve heridos que fueron atendidos en el hospital local, uno de ellos tiene una fractura en la pierna izquierda; los campesinos asentados en los 13 cantones que circundan el pueblo dijeron que fueron “abusados” porque solo acudieron los dirigentes a la reunión que debía sostener el alcalde Édgar Ramos con los vecinos.


Ayer se concentraron por miles. Llegaron desde las distintas comunidades hasta las proximidades del pueblo, convencieron al defensor del pueblo, David Tezanos, de que sería una marcha pacífica, incluso el adjunto a la Defensoría, Juan Carlos Ballivián, acompañó la marcha junto con el alcalde Ramos.


Pero en medida que se acercaban al pueblo, el tono de las arengas subía y al estruendo de dos explosiones de cartuchos de dinamita irrumpieron en el pueblo, mientras los vecinos huían despavoridos a sus casas. “Salgan, pues, ahora carajo”, gritaban los marchistas e ingresaron a una plaza desierta y empezaron a arrojar piedras a las vistosas casas.


Un grupo que pasaba por la avenida Macario Escobari golpeó una puerta y esta cedió fácilmente, ese fue el inicio del saqueo de tiendas y comercios. Una funeraria, dos almacenes y, al menos, una decena de tiendas de venta de celulares fueron totalmente saqueados por los campesinos que sacaban lo que podían y, en medio de risas, hacían desaparecer los bienes en los aguayos de las mujeres o en las mochilas de los varones.
Una lluvia de vidrios caía a las calles con cada pedrada de los comunitarios. El vidrio menudo alejaba por momentos a los atacantes, pero volvían con más furia y a golpe de patadas volteaban una y otra puerta.


El ataque se prolongó a lo largo de 50 minutos de forma impune, porque la Policía, que había desplegado efectivos en el estratégico puente Qecajahuira, abandonó el lugar sin mayores explicaciones; mientras, la Defensoría pedía que los curiosos también se aparten y no provoquen esa “marcha pacífica”.


Después de una hora de saqueo y destrucción, la Policía incursionó con medio centenar de efectivos ante la protesta de los vecinos quienes reprocharon que abandonaran sus puestos y los dejaran a merced de los campesinos, que sobrepasaban los 5.000 manifestantes.
El alcalde Ramos, a través de una comunicación telefónica, denunciaba afanes de querer asesinarlo y dijo que no podía presentarse en el pueblo, pero luego encabezó la marcha del saqueo ante la impotencia de los vecinos que miraban de lejos.


Al reingresar al pueblo, se podía ver la magnitud del desastre, y las mujeres que tienen negocios eran las que clamaban justicia porque perdieron todo en estos desmanes

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