A seis horas de viaje por tierra desde la cuidad de La Paz, se encuentra Italaque, población aymara de mucha relevancia para la zona norte del departamento, que corresponde al Municipio de Mocomoco, segunda sección de la Provincia Camacho.
Aunque con el tiempo Italaque se ha convertido en una localidad que sólo recibe a eximios músicos de las regiones circundantes, es importante dejar claro que casi nada de la música que lo hizo famoso se produce en el poblado como tal, por lo que el estudio musical de la región aymara Huarca se debe circunscribir siempre a las pequeñas comunidades desde donde provienen los músicos y danzantes en cuestión.
En esta ocasión hemos sido invitados a documentar uno de los famosos festivales de música autóctona de la región, en el espíritu municipal de fortalecer y fomentar la práctica de los procesos patrimoniales que se activan a través de los saberes musicales. Honrados con semejante tarea, transcribimos a continuación algunas de nuestras notas referidas a una de las danzas más antiguas que se han presentado: la danza de los choquelas, procedentes de la comunidad Huari Huari del mismo municipio.
Entre melodías tan antiguas, como los cueros de vicuña que llevan en la espalda y el agudo canto que ejecutan las mujeres de la comunidad, descienden bailando por los cerros los choquelas: seres que emergen de la profunda memoria aymara, que remonta su presencia a una edad presolar en la que se domesticaron los auquénidos y algunas de las conquistas alimenticias más importantes para la subsistencia andina en las áridas regiones de pastoreo.
El sonido de las quenas choquela es intenso y melodioso, mientras un llamero arrea metafóricamente a los músicos y danzantes que encarnan en su cuerpo el espíritu de las vicuñas silvestres, y en cuyo baile se contiene el poder para hacer nacer buenas cosechas de papa.
El florecimiento de las plantas está representado por las plumas de pariwana (flamenco rosado) que cubren y bordean los sombreros de fieltro de oveja que los músicos llevan en la cabeza, a manera de flores coloridas.
Estos tocados emulan la alegría de la tierra, garantizando así la reproducción de los bienes materiales que emergen de los campos de cultivo, mientras las vicuñas adornadas que bailan en sus espaldas remiten la función del rito a un tiempo antiguo, en el que los “warirunas” u hombres vicuña domesticaron algunos de los alimentos más importantes de la dieta andina, entre ellos uno de los más importantes: la papa.
Aunque esta danza es una de las más difundidas entre las zonas de montaña y pastoreo de la altipampa boliviana y cada región posee características particulares, dos son los guiones que ordenan la narrativa visual del rito.
El primero que incorpora la presencia del zorro, al cual metafóricamente se ahorca, por constituirse en uno de los depredadores directos de las crías de la vicuña y por quien la cosecha podría dañarse; y el segundo, que es el caso que registramos ahora, que está basado en la danza ritual de las vicuñas sobre los campos de papa, en donde el arriero o k´usillo (dependiendo de la zona) tiene la obligación de hacer bailar a los músicos y demás componentes de la danza, a manera de flores que derraman sus semillas sobre la tierra.
El choquela y los ganados
Con el tiempo esta representación de las vicuñas se ha transformado poco a poco. En algunas zonas, donde no existe la presencia natural de las vicuñas, éstas son reemplazadas por cueros de llama blanca, que si bien cumplen exactamente la misma función simbólica, el nombre de la danza es resignificado por el de “kharwani”, que literalmente quiere decir: llamero.
Aunque en ambos casos esta función simbólica parece ser la misma, considerando que las estructuras narrativa y musical no presentan variables, y los sonidos son exactamente iguales, el tipo de embocadura que tiene el instrumento utilizado para generar la música es ligeramente distinto: en el caso del choquela hablamos de un instrumento cuya boca es lo que se conoce con el nombre de quena, y para el caso del kharwani hablamos de uno del tipo pinkillu, que básicamente tiene la misma medida del anterior pero incorpora una boquilla cerrada del tipo flauta.
En cualquiera de los casos, el choquela representa una conexión fundacional con los ganados y los campos de cultivo, que en definitiva trascienden incluso más allá, proyectándose más bien como una relación de existencia entre el espíritu de los ganados y la reproducción de los bienes materiales, en una suerte de illa (espíritu de los animales y/u objetos) danzante que tiene el poder de atraer la abundancia.
No es casualidad entonces que esta danza esté consagrada al espíritu de la vicuña, que al ser uno de los animales totémicos del mundo aymara merece reverencia, toda vez que sus mitos de origen la vinculan siempre a la naturaleza de las montañas y sus oscuras profundidades, acaso el lugar de origen de todo en el universo para la cosmovisión andina.
El choquela en el calendario agrícola
En el mundo aymara, las danzas, los instrumentos musicales y los sonidos tienen siempre una función asociada con la tierra y las relaciones de producción en general.
Todo lo representado en la pantomima metaforizada del universo, también entendida como fiesta, posee un principio de causalidad, por lo que desde esa perspectiva el choquela es muy importante en la representación del tiempo y el espacio agrícola de las zonas altas, en donde se cultivan los tubérculos esenciales para la vida.
Así también su presencia es importante en las zonas de pastoreo, donde si bien no existen necesariamente campos de cultivo, su otra gran tarea ritual es la de reproducir los ganados y evitar que éstos caigan en las garras de algún depredador natural.
No obstante, su presencia sobre estos campos está asociada a la siembra y la cosecha de la papa principalmente, y aunque esta relación solía ser muy estricta en tiempos pasados, hoy por hoy, el choquela también acompaña los actos cívicos y sociales importantes de la comunidad, toda vez que se define como uno de los patrimonios culturales más significativos para la identidad aymara.
Además de ser un instrumento para construir el equilibrio anímico de la colectividad, el choquela es, sin duda, uno de los patrimonios tangibles que movilizan un profundo sistema de comportamientos culturales expresados inmaterialmente, suponiendo en este caso la posibilidad de entender a esta manifestación como una de las más preciadas y significativas de la región alta de Bolivia por su importante tarea de consecución de bienes y estatus para la sociedad en su conjunto. Este fue el caso de los choquelas de Huari Huari por ejemplo, tuvimos la suerte de documentar en la localidad de Italaque, en ocasión de la fiesta en honor a la Virgen del Carmen el 16 de julio, toda vez que si bien se presentaban como una muestra del patrimonio cultural de la región alta del municipio de Mocomoco, al mismo tiempo que escenificaban su naturaleza y se representaban como una comunidad fuerte por la buena producción de sus campos.
Huari Huari
Comunidad ubicada en territorio del Municipio de Mocomoco, segunda sección de la Provincia Camacho del Departamento de La Paz, Huari Huari quiere decir, literalmente: vicuñas, por lo que no es extraño observar que la danza que los caracteriza sea precisamente el choquela, y aunque no es difícil observar kharwanis a lo largo de las provincias Omasuyus y Los Andes, es importante hacer notar que la vestimenta de estos choquelas es atesorada por todas y todos sus componentes por el valor incalculable de las piezas utilizadas en el ritual de danza.
En un proceso de recuperación de saberes culturales en la región, impulsado por el Municipio de Mocomoco en su unidad de Culturas, sabemos que la transmisión musical así como la consecución de la vestimenta se hace de manera oral, y todos los ajuares son legados a las nuevas generaciones desde hace mucho tiempo atrás, por lo que observarlas en plena danza es, literalmente: ver danzar el tiempo.
En todo caso, y gracias a la naturaleza descriptiva de los choquelas de Huari Huari, podemos asegurar que la narrativa en movimiento del rito describe plenamente la naturaleza del lugar en donde se la desenvuelve, por lo que agradecemos infinitamente la oportunidad de encontrarnos en este Taypi (centro) donde convergen aymaras de regiones altas con aymaras de profundos valles, para seguir escribiendo la historia de los pueblos en ese espíritu de complementación e intercambio de productos, sonidos y creencias, y reinventando así, cíclicamente, un mundo de estrellas, soles y serpientes.
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